jueves, 25 de abril de 2013

La Protesta

Foto: La Voz de los Andes

El último jueves, el país se convirtió en escenario. Pulularon a lo largo y ancho del territorio una multitud de marchas donde ciudadanos descontentos, enojados, perturbados y asustados por las políticas nacionales del kirchnerismo slieron a manifestarse.

Ordenar la multiplicidad de imágenes que recreó ese acto es de notoria dificultad, no obstante, puede constituir, paradójicamente, una celebración de la política.

Legitimidad e ilegitimidad en la historia

Los debates historiográficos disienten sobre cuál fue el origen de la institucionalidad argentina: la corriente denominada liberal u “oficial” que abreva en los postulados fundantes de Bartolomé Mitre, indican su hito entre Caceros y Pavón y reconocen en la sucesión Mitre-Sarmiento-Avellaneda la solidificación de ese mandato ilustrado que militaban en la guerra y en la paz los notables de finales del siglo XIX. Por otra parte están los denominados revisionistas históricos que entienden que en el férreo ejercicio del poder en manos de Rosas y su negativa a la institucionalización nacional antes de la de las provincias, hay un paso previo que está reconocido en el principio constitucional de que las provincias son anteriores a la nación.

En cualquier caso, el triunfo del Ejército Grande institucionalizó la historiografía y de lo que se trata, finalmente, es de lecturas y no de verdades.

Los notables, patricios que escribieron la historia de los padres de la patria, construyeron un país, una razón y una verdad. La vehemencia de su éxito en primera persona los hizo subestimar los desafíos, aunque tampoco puede achacárseles las prácticas fraudulentas ya que para la época el sufragio universal era un exotismo aún en las sociedades europeas más avanzadas. En los debates democratizadores en torno al Centenario, Eduardo Wilde, quien fuera Ministro del gobierno de Roca, llegó incluso al límite de sostener que “el sufragio universal sería el triunfo de la ignorancia universal”.

No obstante la obcecada ceguera de algunos notables de entonces, los sectores más lúcidos, quizás temerosos de que su porfía desencadene revolucionariamente como el México de Porfirio Díaz, aprobaron la denominada Ley Sáenz Peña. A partir de ese instrumento cambió la suerte de unos y otros. Nuestra oligarquía, compuesta por fisiócratas trasnochados en plena era industrial que fundaban su hegemonía en el casamiento entre el poder político y el económico que hundía sus raíces en la pampa húmeda, se quedó sin el monopolio del instrumentos del poder formal del Estado, y quienes hasta ayer deslegitimaban su régimen vieron cómo su causa se institucionalizaba.

La Protesta, La Vanguardia, “la causa” y “el régimen”

Mientras la oligarquía detentó a fraude, sangre y fuego el poder del Estado surgió ante ella un conjunto heterogéneo de impugnadores. Las razones y suerte de cada uno acercan luz sobre las lógicas políticas que nos interpelan en estos días.

La Protesta fue el órgano periodístico del Anarquismo que se hacía fuerte en aquellos tiempos de idealismos absolutos y oposiciones sistémicas al régimen capitalista. Las características de su impugnación eran diferentes al resto de las de su época, el anarquismo renegaba de las instancias orgánicas, profesaba ideales igualitarios sin conducción política, con una guerra sin cuartel al capitalismo y la explotación de los hombres, que en aquellos tiempos no contemplaba dudas humanitarias. Como sabemos, en aquellos tiempos el capitalismo y la democracia avanzaron cada vez más desde la desregulación hacia la regulación, del laizzes faire al concilio del capital y el trabajo. Ese tránsito de organicidad, de institucionalización consensuada del conflicto social y económico, terminó de enterrar la viabilidad de la protesta sistémica pero inorgánica, la acción directa perdió margen frente a un sistema reformado que incluía al otro dentro de su escenario y el anarquismo perdió la batalla con la política.

Frente a esta experiencia crecía, también por izquierda, La Vanguardia, como órgano oficial del Partido Socialista. Si bien los objetivos de largo plazo podían trazar vínculos programáticos entre ambos movimientos izquierdistas, era radicalmente opuesta la actitud frente a la organización social y política y la voluntad de construcción de proyectos mayoritarios con capacidad de gobierno. La idea de vanguardia, cara a la visión iluminista que los socialistas de entonces compartían con los notables de la oligarquía, colisionaba con la visión anárquica que renegaba de la idea de conducción. En esta línea, no es extraño que a la luz de lo planteado en el párrafo anterior acerca del derrotero de la política en la primera mitad del siglo XX, los socialistas hayan crecido en representatividad en detrimento de los anarquistas. Cuando la política es consecuencia de la democratización su capacidad disruptiva se institucionaliza y poco margen queda para las mecánicas destituyentes (aunque esto no siempre quiera decir golpe de Estado, es claro).

Las lecturas clasistas derivadas de teorías sociales y económicas no tuvieron predicamento extensivo en la cultura política nacional. Sí tuvo ese predicamento un discurso novedoso de la época que articulaba con retórica vaga un conjunto de demandas heterogéneas. Al radicalismo no lo guiaba una confrontación en el plano teórico sino una confrontación a un proyecto político hegemónico en manos de la oligarquía. Alem e Yrigoyen, que habían declarado la revolución reiteradas veces al régimen oligárquico, nunca hablaron de socialismo ni de lucha de clases, vinculaban su revuelta a la demanda de institucionalización, sintetizaban en “la causa nacional” las aspiraciones genéricas de la clase media urbana y rural que cosechaba los beneficios subsidiarios del modelo agroexportador pero demandaba democratización política. Este tipo de discurso sería luego catalogado, a izquierda y derecha, de populista, por la amplitud del bloque social al que aspiraba representar y el escaso apego a los cánones de lectura política vinculados a la teoría liberal que trazaba el quiebre en la idea de partido de intereses.

Estos son claros ejemplos del modo como la institucionalización de los conflictos sociales, políticos y económicos en torno a la construcción de mayorías capaces de conducir procesos de transformación (independientemente de sus lineamientos) venció a las lógicas inorgánicas, o que predicaban una ontología del superior interés del individuo antes de su constitución como cuerpo social.

Sólo hubo, si, triunfos coyunturales, relativos y hasta estructurales de las lógicas destituyentes cuando su organicidad estuvo dada por su pertenencia fáctica a los sectores del poder económico concentrado, el equivalente actual a la vieja oligarquía. Recordemos que ante el surgimiento de los dos grandes movimientos políticos que impulsaron la constitución de bloques sociales promotores de proyectos colectivos amplios y policlasistas con ejes en sectores medios y bajos, dejaron prácticamente excluidos de la representatividad orgánica a los sectores dominantes de la economía nacional. La tradicional oligarquía agroganadera no pudo trascender su hegemonía luego de la Ley Sáenz Peña y tampoco lo logró cuando el peronismo vehiculizó las conquistas sociales subordinando intereses patronales a un proyecto de desarrollo estructurado desde el Estado. No quedó opción a los sectores dominantes que promover la representación de sus intereses a través de lo que se denominó el partido militar. Una y otra vez, ante radicales y peronistas, la carencia fundacional de las clases dominantes vernáculas para constituir herramientas electorales con capacidad para la competencia electoral derivó en movimientos desestabilizadores y, finalmente, golpes de Estado.

Variaciones sobre la coyuntura: de cómo la virtud es un déficit

Antes de proseguir, vale aclarar que pese a desvaríos destemplados, nada de lo acontecido en las calles del país sugiere la existencia extendida de voluntades golpistas. Distinto es decir destituyentes. Veamos.

Tal como mencionáramos, la protesta era el nombre que se daban a sí los anarquistas, que servía como síntesis de una forma de concebir y delinear los fines de una determinada lucha política. Pero también la experiencia enseña que la descomposición de los lazos sociales, que dan sentido e identidad a las manifestaciones políticas, es lo que permite que su lógica destituyente de declamación de males, ausencias y carencias sin correlato de organización, sirva como herramienta de debilitamiento de la institucionalidad que se pregona defender, ante el avance de poderes contramayoritarios anclados en algunos actores económicos.

El elogio de la espontaneidad, de la inorganicidad, de la falta de pertenencia, de la autoconvocatoria y de la apoliticidad, forman parte del conjunto de lugares comunes del discurso convocante que implican, en los ideales neoliberales que aún hegemonizan la cultura posmoderna, un capital de crítica frente al resultado del ejercicio político partidario. No obstante, en ese elogio hay buena parte de las carencias programáticas o proyectivas de lo y los allí manifestados. La negación de las formas de organización que son capaces de estructurar proyectos colectivos que den sentido y canalicen las demandas heterogéneas planteadas, sólo tienden a consolidar la dinámica destituyente que caracteriza a toda protesta inorgánica.

Lo esperable de aquí al futuro es que ese conjunto de demandas y demandantes transformen su protesta destituyente en una organización que sea competitiva electoralmente, que organice la priorización de sus objetivos y los pueda vincular a la construcción de un bloque social que, para ser mayoritario, deberá fundirse en otros sectores y perder la homogeneidad mostrada en cámara y también visible en la plaza de nuestra localidad.

El 18-A en la Plaza San Martín

El “antikirchnerismo” explícito de los últimos días tiene, además de la multiplicidad de demandas heterogéneas difíciles de conjugar en un proyecto, distintos sectores ideológicos involucrados en su escenificación, aunque una pertenencia común a la clase media. Como sabemos, los hay ideológicamente antiperonistas, en mucha menor medida peronistas antikirchneristas y luego sectores que encuentran insatisfacción en fondos y formas que promueve el actual gobierno.

Lo que es claro es que es muy difícil, si no caprichoso, intentar trasladar las razones de la manifestación del jueves a una Plaza San Martín de cara al edificio municipal. En ese sentido, la presencia repentina de dirigentes políticos locales en la plaza da cuenta de una voluntad figurativa que es en sí objetada hasta por los mismos “autoconvocados”. Caminar entre los manifestantes y encontrar allí al concejal vecinalista Alberto Bruno, quien hasta hace semanas atrás reivindicaba políticas nacionales, proponía nombrar Néstor Kirchner a la avenida costanera y lanzaba encendidas loas al extinto presidente venezolano Hugo Chávez, buscando la complacencia y complicidad de notables asistentes de la aristocracia del barrio, no puede sino desprestigiar el sentido profundo de la política y dificultar aún más la organización de la heterogeneidad inorgánica de la protesta. Sólo en el caso en que el escenario local avanzara, improbablemente, hacia una lógica de diferenciación confrontativa a imagen de la escena nacional, un emergente como el vecinalista Bruno podría cosechar de las migajas extremas de esa furia. El mencionado referente, sostiene este escriba, es incapaz para erigirse como representante de esa amplia gama de sectores y los contenidos que expresan sus enojos. Trazar las líneas que hilvanen esa heterogeneidad es delinear un proyecto político que institucionalice las demandas, y el concejal Bruno, por su discurso, por su impronta, por su ideología y sus prácticas políticas carece de esa capacidad y sólo podría ser declamador encendido y ocasional de la persistencia inorgánica de la mecánica destituyente.

Frente a este escenario, los proyectos políticos serios que se disputan cierta hegemonía en la localidad (fue dicho en la columna Las herramientas y la hegemonía) son el MPN y el Acuerdo Político, y tienen por delante la construcción de la recomposición de los vínculos políticos con los sectores que expresan inorgánicamente sus demandas. Entiende este escriba que los allí expresados tienen más chances de verse representados por el MPN y Nuevo Compromiso Neuquino (si se cerrara el armado con Querejeta en la localidad) que por el Acuerdo Político, pero de la seriedad de los proyectos y de su perspectiva como eficaces herramientas de vehiculización de las demandas también es que se construye la voluntad de sufragio y no exclusivamente a partir de preceptos ideológicos.  Es por esto que tensar la ideologización de la lectura sólo contribuye a abroquelar a estos sectores en un antagonismo irreductible contra las estructuras políticas institucionalistas, arrojándolos en manos de discursos incendiarios. En esa frialdad está la clave para desactivar y canalizar positivamente (independientemente del proyecto que lo haga, y seguro será más de uno lógicamente) el potencial destituyente que alberga la consolidación de una fragmentación extremada que, intuye este escriba, no contiene más razones concretas que aún vagas apelaciones simbólicas.

Sólo excede el marco de representación de estas ofertas un pequeñísimo grupo que plantea recursos extremos, aquellos herederos ideológicos de los sectores dominantes que desde la institucionalización de principios de siglo pasado en adelante quedaron por fuera de las estructuras de representación política mayoritarias y por ende buscaron institucionalizar sus demandas a través de los recurrentes golpes de Estado. Es saludable constatar hoy la marginalidad de esas lógicas.

La paradoja

Finalmente, la paradoja marca que los demandantes que reniegan de la cultura populista que abriga el proyecto kirchnerista en su ADN de construcción política, expresan un conjunto de demandas heterogéneas y una fundamental vinculada a la “unidad opositora” que constituye en sí mismo todo un programa populista. Es interesante puesto que la razón de la política, tan denostada en la protesta, consiste en dar solución a la evidente contradicción entre la búsqueda de la razón pura (idealismo) y la búsqueda de la razón práctica (pragmatismo). En este sentido, a más de lo mejor o peor posicionado de cada sector frente a la consolidación de este emergente, por la comprensión de la lógica que implica, el kichnerismo sigue siendo la estructura política más capacitada para institucionalizar el desorden destituyente. Vale como ejemplo el salto del 31% al 54% que dio entre 2009 y 2011. Importa remarcar, en sólo dos años.

De la inteligencia del actual gobierno en eludir cualquier tipo de confrontación con la vaguedad conceptual de los protestantes (ya que la autoconvocatoria no reconoce aún dirigencia), habrá muchas de las chances de recomponer los vínculos que incorporen a porciones de esos sectores al bloque social heterogéneo que debe sostener cualquier proyecto que busque consolidar una hegemonía político cultural extendida en el tiempo. 

Emilio R.

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